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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINCoco Chanel fue una experta en crear productos que no pasaran de moda. Sus chaquetas, vestidos, zapatos, bolsos han vivido numerosísimas reformulaciones y, a la vez, permanecen reconocibles y casi invariables en la mente de todos cien años después de su invención. Pero si hay un objeto de entre todo su legado que ha alcanzado con el paso de las décadas el estatus de símbolo cultural es su Chanel nº5, el perfume más famoso, nombrado y vendido del mundo. El perfume de mujer que huele a mujer, como a ella le gustaba llamarlo. El aroma que ha observado impasible cómo pasaban los años, cambiaban las modas, las necesidades y continúa oliendo sólo a sí mismo, casi idéntico a lo que fue cuando se creó en 1921.
Es imposible conocer de antemano las características que debe tener un objeto para disfrutar de un éxito tan longevo. Lo que sí sabemos, a posteriori, es que el número cinco fue pionero desde su proceso creativo y lo ha seguido siendo con el paso del tiempo. Tal vez, por ello, no estemos hablando sólo del producto de belleza más conocido, sino de uno de los objetos culturales con mayor calado del pasado siglo:
1. Primera fragancia moderna: porque, aunque la unión moda- perfumes se la debemos a Poiret, el 5 fue el primero en llevar el nombre de la marca impreso en su envase. Este recurso de ligar el producto al carisma de la persona y al legado de su marca, ahora tan recurrente en la industria cosmética, fue, como tantas otras cosas, obra de Chanel. A su creador, Ernest Beaux, le debemos la invención del primer perfume con aldehídos, las sustancias químicas que lograron que el 5 no pudiera asociarse con el olor de nada conocido.
2. Primer cosmético ‘abstracto’: por muy extraño que parezca en algo tan personal, concreto y definitorio como un perfume. El hecho de que sólo oliera a sí mismo hizo posible que cada mujer que lo llevaba le diera un contenido y una historia diferentes. Cuentan que Chanel creó este aroma para tener siempre presente la ausencia de su amado Boy Capel, que acababa de morir. Cuentan también que le debe su nombre a su superstición con el número cinco y a la elección de la quinta muestra que le enseñó Beaux. Pero una historia tan personal supo concretarse en un aroma desconocido, un número que, a priori, no desvela nada del contenido y una botella geométrica y minimalista más cerca de la abstracción y el cubismo de las vanguardias que de la riqueza con que se decoraban los cosméticos de la época. Quizá por ello es también el primer perfume en el que importa tanto o más su envase que el perfume mismo. Es posible que muchos no recordemos a qué huele el 5, pero todos evocamos su botella inmediatamente. Un olor visual, un número cargado de simbolismo, una forma pura que evoca recuerdos íntimos, un aroma impersonal que surge de una emoción individual. La abstracción necesaria para permanecer ajeno a las modas y los caprichos y la concreción fundamental e
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